La última semana de campaña ha cubierto todas las espectativas de aventura que podíamos tener. Empezamos con la reticencia del distrital, que empezó diciendo que los cursos no les convenían, pero ya que estábamos allí se iban a organizar sólo para profesorado de secundaria.
El alojamiento carecía de todas las medidas higiénicas y de seguridad que os podáis imaginar. Fernando, en un antiguo gallinero de adobe rehabilitado en zulo de 2 x 1.5 m sin ventana y con una puerta de cuarterones carentes de cristales, al lado del retrete común, que filtraba sus hedores y líquidos por la pared, justo debajo del camastro con colchón de paja. Las gallinas, afuera junto los perros, y las tres chicas, un poco más allá, en una habitación sencilla, pero con ventanuco.´
Mientras, en Pocoata, se celebran las fiestas de San Bartolomé, que parecía perseguirnos en el periplo, por lo que los campesinos de la zona venían de acampada, con sus mercancías a la plaza del pueblo, donde teníamos el alojamiento. Sus atuendos, hermosísismos, distintos a los que habíamos visto y su diversión: beber hasta perder el conocimiento mientras corrían en grupo de hombres y mujeres con un charango desafinado y cantando en falsillo.
El espectáculo, antropológicamente interesante, es tristísimo, si tenemos en cuenta los efectos devastadores de la chicha, el alcohol potable, el Singani y la cerveza juntos. Un olor insoportable de orines y vómitos se apoderó de la plaza. Y compartimos alojamiento y retrete con parte de los invitados a la fiesta.
Lola Moreno empezó la semana reponiendose de vómitos y diarrea, prácticamente sin comer y los demás, cansados, pero con la voluntad de terminar la campaña lo mejor posible.
Tuvimos alrededor de treinta alumnos por curso, inscritos por orden de llegada, según sus intereses y se realizó como de costumbre: intensivo, mañana y tarde, para completar nuestra propuesta de 20 horas. Fernando cayó indispuesto, también por vómitos, la segunda tarde, por lo que tuvimos que reubicar a sus alumnos con el resto de profesorado.
Intimamos con dos hermanas encantadoras, de familia de artistas, que estaban intentando recabar fondos para la restauración de la bonita iglesia monumento nacional del pueblo, convenientemente expoliada por los diferentes párrocos, por lo que tuvimos algunos momentos placenteros de charla con ellas, en su tienda, en la que nos desayunábamos diariamente.
Ajustamos la salida lo más posible para terminar el curso, y concertamos con la dueña del alojamiento el transporte con su todo-terreno hasta Sucre. Al llegar el momento, cuando teníamos todo preparado el automóvil no aparecía: su marido se fué con el depósito lleno a emborracharse con sus amigos y el mundo se nos calló encima.
Necesitábamos transporte, o no llegaríamos a coger el vuelo, por lo que estuvimos intentando negociar con toda persona que tuviese movilidad. Cuando había coche, el conductor estaba indispuesto por lo que el nerviosismo iba en aumento, ya que se hacía de noche y la carretera era peligrosísima.
Pudimos convenir que nos llevaran hasta un cruce, donde terminaba el camino de piedras y empezaba la carretera asfaltada, a dos horas y media. Llegamos por la noche, con un frío que iba en aumento, pero para esperar al autobús deberíamos aguardar más de seis horas, por lo que aprovechando una tranca, un paso de nivel, empezamos a abordar a todo vehículo con posibilidades de transporte para evitar una congelación.
Nos pudieron llevar hasta Potosí, donde dormimos tranquilamente, sin prever lo que nos venía encima.
Temprano viajamos a Sucre, y a unos veinte minutos de la ciudad, la carretera estaba cortada por los universitarios, que demandaban mejoras aeroportuarias, en el abastecimiento de agua y en el transporte por carretera. Después de algo más de una hora, la barricada de abrió, pero la ciudad, y el aeropuerto estaban tomadas por una multitud de piquetes.
Al llegar al aeropuerto no nos dejaban entrar, empezaron las discusiones entre pasajeros y manifestantes y el nerviosismo iba en aumento. Por tirar el equipaje por encima de la valla de espinos que nos separaba de las instalaciones donde debería estar nuestro avión, unos saltaron la valla, otros sortearon un camión y otros pasaron por abajo del mismo. Pero conseguimos entrar.
Tras varias horas de espera, vimos a una comisión de unos cincuenta manifestantes, que entraban en el aeropuerto y certificaron que ese día no iban a salir aviones.
Ante tal espectativa, Yara y Fernando optaron por salir del aeropuerto para intentar llegar a Santa Cruz por carretera, dejando a las dos Lolas, en una despedida rápida y nerviosa, pero para ello tendrían que llegar a la terminal de autobuses. Era una carrera contra-reloj porque Yara salía al día siguiente, y era casi seguro que perdería el vuelo. Para llegar a la estación tuvimos que hacer varios traslados de taxi para sortear las barricadas, pero llegamos.
Cuatro horas después, se replegaban los piquetes y nos dejaban partir...nos quedaban 14 (catorce) horas de bus hasta Santa Cruz. Mientras que las Lolas, se alojaban en Sucre a cuenta de Aerosur.
Estamos en Santa Cruz, mientras Yara vuela hacia España. Mañana sale Fernando, pasado las Lolas.
Con algo menos de peso, cansados pero seguros de que nos hemos entregado a lo que veníamos a hacer lo mejor que hemos sabido, con cierto regusto amargo por ciertas cosas que hemos visto. Ha sido duro, pero ahí estamos...ahora es tiempo de reflexionar, de hacer nuestro todo lo que hemos vivido. Es tiempo de reposar el viaje, y de retomar nuestras vidas y nuestras tareas educativas con la ilusión de siempre.
Mientras esperaremos el encuentro en Sevilla, hasta siempre compañer@s.
El grupo de Potosí Norte.
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